Está comprobado que la Inteligencia entendida en términos de Coeficiente Intelectual (C.I.) es un instrumento poco válido para predecir si alcanzaremos el éxito profesional o personal y la felicidad en nuestra vida. Se hace necesario de hablar de otra inteligencia: la Inteligencia Emocional (I.E.). Según estudios científicos la correlación existente entre el C.I. y el nivel de eficacia en el desempeño de una profesión no supera el 4%.
Daniel Goleman, padre de la I.E., realizó un trabajo de investigación sobre 181 puestos de trabajo diferentes de 121 empresas y organizaciones, abarcando a millones de trabajadores. El objetivo era determinar la ratio existente entre las habilidades cognitivas o técnicas y las competencias emocionales requeridas para un trabajo, función o campo concreto. Al final demostró que el 67% de las habilidades esenciales para el desempeño eficaz son de índole emocional. Las competencias emocionales son dos veces más importantes que las ligadas al cociente intelectual y a la experiencia.
Daniel Goleman, padre de la I.E., realizó un trabajo de investigación sobre 181 puestos de trabajo diferentes de 121 empresas y organizaciones, abarcando a millones de trabajadores. El objetivo era determinar la ratio existente entre las habilidades cognitivas o técnicas y las competencias emocionales requeridas para un trabajo, función o campo concreto. Al final demostró que el 67% de las habilidades esenciales para el desempeño eficaz son de índole emocional. Las competencias emocionales son dos veces más importantes que las ligadas al cociente intelectual y a la experiencia.
La suma de los
factores que aportan el conocimiento
técnico, la formación y la experiencia constituyen el requisito
mínimo imprescindible para desempeñar un trabajo, pero no marcan el éxito en el trabajo. Está claro que el Cociente emocional es el responsable del éxito en una gran medida, el desafío ahora es manejar dichas competencias emocionales adecuadamente.
Además, la importancia de la I.E. aumenta a medida que se asciende en el escalafón (a mayor nivel de trabajo las competencias emocionales adquieren mayor relevancia).
Además, la importancia de la I.E. aumenta a medida que se asciende en el escalafón (a mayor nivel de trabajo las competencias emocionales adquieren mayor relevancia).
La I.E. no significa sólo “ser amable”, porque hay momentos estratégicos en
los que no se requiere precisamente la amabilidad sino, por el contrario,
afrontar abiertamente una realidad incómoda que no puede eludirse por más
tiempo.
Tampoco quiere decir
que debamos dar rienda suelta a nuestros sentimientos y ”dejar al descubierto
todas nuestras intimidades” sino que se refiere a la capacidad de expresar
nuestros propios sentimientos del modo más adecuado y eficaz, posibilitando la
colaboración en la consecución de un objetivo común. Algunos de nosotros, por
ejemplo, podemos ser muy empáticos pero carecer de la habilidad necesaria para
controlar nuestra propia ansiedad mientras que otros, por su parte, pueden ser
conscientes de los más mínimos cambios de su estado de ánimo sin dejar por ello
de ser socialmente incompetentes.
Por último comentar
que el grado de desarrollo de la I.E. no está determinado genéticamente
y tampoco se desarrolla exclusivamente en nuestra infancia. A diferencia de lo
que ocurre con el C.I., que apenas varía después de cumplir los 10 años, la I.E. constituye un proceso de aprendizaje mucho más lento que prosigue durante
toda la vida y que nos permite ir aprendiendo de nuestras experiencias. De
hecho, los estudios que han tratado de rastrear el proceso evolutivo de la
inteligencia emocional a lo largo de los años parecen señalar que las personas
desarrollan progresívamente mejor este tipo de aptitudes en la medida en que
se vuelven más capaces de manejar sus propias emociones e impulsos, de
motivarse a sí mismos y de perfeccionar su empatía y sus habilidades sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su opinión es importante (gracias por su aportación). Si desea subscribirse por correo electrónico pinche abajo.