Evidentemente hay ríos que no desembocan en el mar, y lo
hacen en otro río, en un lago o incluso perdiéndose bajo tierra, pero ¿podrían imaginar
un río que viniera del mar para desembocar en la tierra?
Pues eso es lo que han conseguido 998 de los 1.131 participantes en la
XVIII travesía a nado Tabarca-Santa Pola. Y solo 998 porque los inscritos
superaron los 2.500 pero por cuestiones de seguridad sólo 1.131 fueron los preseleccionados. (+ información)
Si la gravedad es la única fuerza que dirige los ríos en su
curso hacia el mar más grande es la fuerza que impulsa a todas esas personas a
recorrer casi 6 km. a nado hasta tierra firme. Exactamente los 5.900 metros
que separan la isla de Tabarca y la playa de Varadero de Santa
Pola (Alicante).
Y dejando aparte la excelente Organización, que coordinó con
gran profesionalidad y rigor todo el evento, en este viaje hay mucho que gestionar. Se
precisa de un alto grado de preparación física, de elegir la técnica de nado más
adecuada, el tipo de gafas e incluso el tipo de lente, el traje de baño, la
alimentación previa, la calidad de la crema protectora del sol, el descanso de
la noche anterior y lo más importante dejar
los miedos atrás y confiar en nuestras posibilidades. Seguro que más de alguno hundió sus miedos en el mar deshaciéndose
de una enorme carga al llegar a tierra. De eso se trata.
Para los más preparados puede que consista en una competición,
de superar una marca establecida. Para ello siguen un ritmo constante y rápido, midiendo
sus avances y controlando sus fuerzas para dosificarlas correctamente a lo
largo de la carrera y darlo todo en los últimos metros. Así debió hacerlo nuestro
nadador olímpico en Atenas y Pekín, Marco Rivera, ganador de esta XVIII travesía Isla Tabarca-Santa Pola.
Además de debutar este año, dejó una aptíssima marca de 1 hora, 10 minutos y 18
segundos. ¡¡ Enhorabuena CAMPEÓN, todos confiamos en que cumplirás ese tercer sueño olímpico !!
Luego habían otros tantos que se lo tomaron de forma más relajada, y la travesía,
aunque dura, la convirtieron en un viaje de disfrute, con una gran satisfacción
personal por el mero hecho de realizar un desafío como éste.
Y otros, que se lo tomaron más en serio y que no competían
contra el reloj, se sumergieron en una competición consigo mismo para acabar la
prueba sin desfallecer. Un viaje hacia el interior de uno mismo, pasado por
agua.
Sólo 133 no llegaron a terminar la carrera, teniendo que abandonarla. Aun así, el mero hecho de enfrentarse a este reto les alentará a volver a intentarlo en el futuro y a asumir otros retos en la vida con mayor confianza y seguridad.
Todos, sin excepciones, fueron unos “campeones” y con su
pundonor nos dieron una verdadera lección de cómo luchar por un propósito. Esperando
a pie de meta la llegada de los participantes hubo gestos que me
impresionaron como aquel que hicieron
unos auténticos lobos de mar que se encontraban entre las primeras posiciones y que
tras luchar por un objetivo individual, al pisar tierra y antes de entrar a meta uno esperó al
otro para, abrazados, compartir un éxito que probablemente los mantendrá unidos
toda la vida. También el de una nadadora que llevó literalmente a cuestas a
otro nadador hasta la meta.
Y entre ola y ola algunas frases que me venían a la mente se
me quedaron grabadas y como agradecimiento se las quiero dedicar a
todos ellos:
Darlo todo, entregar
todo nuestro empeño en avanzar.
Ser tenaz y confiar
en nuestro logro.
Mantener nuestros
intereses de lucha activos para superar los obstáculos que se presenten.
Al llegar a nuestro
objetivo ser agradecido con los que nos han ayudado a conseguirlo, incluso
sacrificar a veces nuestro interés individual por el interés mutuo.
Cuando decaiga el
ánimo visualizar los objetivos de manera positiva, apoyándonos en los metros
recorridos y no pensando sólo en los que faltan para la meta.
La vitalidad se revela no solamente en la capacidad de persistir, sino en la de volver a empezar.
Y por último, como
dice el título de esta entrada, no hay meta pequeña si el propósito interior
es grande, y sabemos que es grande porque justifica en todo momento nuestro
esfuerzo.